Tiempo redimido
Alba Abellán, Adrián Jorques, María Marchirant, José Antonio Ochoa
Galeria Vangar Nov 2022
Nunca nos fuimos del paisaje. En nuestro arte, en nuestra vida cotidiana, volvemos a los paisajes con la intuición de que es una vuelta a casa. Quizás después de una ausencia indebidamente larga. Ortega y Gasset escribe en La pedagogía del paisaje: “Los paisajes me han creado la mitad mejor de mi alma; y si no hubiera perdido largos años viviendo en la hosquedad de las ciudades, sería a la hora de ahora más bueno y más profundo. Dime el paisaje en que vives y te diré quién eres” (OC, I, 55). Volvemos, nos reconocemos en él, aun en el negativo especular de nuestras pérdidas y ausencias. ¿Qué eficacia tiene ese reencuentro con el paisaje y, más aún, ese reencuentro con uno mismo en el paisaje? Una respuesta: la de esa imperecedera actitud de situarse frente a algo, y con ella la liberación de un despliegue de mirada que hace un mundo. Un mundo que surge en diálogo con lo que está en potencia de serlo. La naturaleza, o cualquier encrucijada humana que se aviene a la contemplación, se abre a la posibilidad de ser un mundo, de ser habitado y fructificado creativamente. Realmente, las líneas del paisaje apuntan a quien lo está configurando. Otra respuesta: el paisaje lleva tiempo, lo exige para ser. Quien contempla se implica en un tiempo de exposición a lo que aún no es, pero será paisaje. Tiempo para tantear, para encontrar el enfoque, el modo y el punto. Tiempo para dejarse decir y decir. Y finalmente, en el paisaje cuajado queda un tiempo inscrito para quien vuelve a él o para quien lo encuentra por primera vez. Un tiempo vivencial, una propuesta. Quien se sitúa frente al paisaje artístico sabe de esa exigencia del ser: no será el paisaje, no seré yo, si no respeto la propuesta de tiempo vivencial que acontece solo en esta exposición mutua.
En la presente exposición —y toda exposición es, en el sentido indicado, una propuesta de mutua exposición— son varios los paisajes que se proponen. Van en ellos modos de habitar que transfiguran el tiempo mudo y delicuescente del reloj en tiempo de exposición humana, espiritual, y por lo tanto de permanencia. Tiempo redimido, como dice Ricoeur, tiempo que permanece mientras pasa, en el crear y en el acoger; tiempo desconfigurado que gana configuración por la trama del artificio literario; en nuestro caso, por el tramar de la mirada del pintor. Tiempo de paisaje, tiempo de volver.
Adrián Jorques “paisajea” la ciudad, lo hace ahondando en el uso de capas y transparencias que se vuelven signo de signos urbanos, de significaciones de la usura del tiempo sobre todas las cosas, del pasar de los habitantes y de sus huellas. Una revelación propuesta al espectador, sobre los modos en que habita el espacio común, y una meditación estética, ética, humana.
Extracto texto
José Manuel Mora-Fandos